Salió la Real y ni miró al frente.
Directamente se fue junto a su portero Bravo y le rodeó.
Nueve tíos como castillos allí, replegados, como en los tiempos de Benito Díaz.
Defensa de cinco, con cuatro por detrás y el bueno de Agirretxe, allí solo, a cien kilómetros de distancia que lo más redondo que veía era la cabeza de Varane.
El Madrid vio aquello y se rió a carcajada limpia.
No paraban de frotarse las manos los blancos y la carcajada se convirtió en ataque de risa continuo cuando vio que la presión realista era posicional, es decir: «Uy, qué bien lleva el balón ese de blanco, le voy a mir...
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